24 may 2014

Acapulco, 1614: llega la embajada del Japón


Las primeras relaciones diplomáticas con Japón se establecieron en el siglo XVI, durante la era Keichō. En 1614 arribó al puerto de Acapulco un barco con una comitiva japonesa que tomó el camino hacia la ciudad de México.
En este número de la revista, el historiador Gerardo Díaz nos cuenta que la ahora conocida como “embajada Keichō” fue impactante para muchos novohispanos, pues dentro de lo poco cotidiano que significó el grupo de asiáticos en las calles de la capital del virreinato, la clase guerrera sobresalió por su porte con el acero a un costado y el aspecto de águilas. Traían la frente reluciente, porque se la rasuraban hasta la mitad de la cabeza; su cabellera comenzaba en las sienes e iba rodeando hasta la nuca.
Las relaciones entre Japón y los países europeos se habían roto después de la expulsión de las misiones evangélicas con Toyotomi Hideyoshi, y la ejecución de los “mártires de Nagazaki” en 1597 (entre ellos el franciscano mexicano Felipe de Jesús).
Fue hasta 1602, con un nuevo Shogún - Tokugawa Ieyasu- que se da el primer intento por sanar las relaciones cuando éste le escribe al gobernador de Filipinas, entonces reino de la Nueva España, para asegurarle que en Japón había puerto seguro para refugiarse de la tempestad y también para tener intercambio comercial. Sin embargo, pasaron seis años más antes de que las relaciones se re establecieran por completo entre ambos reinos aunque con sus altibajos.
Llegaron a algunos acuerdos como “proponer al virrey novohispano Luis de Velasco como el contacto marítimo entre los dos reinos, el envío de mineros novohispanos al Japón para aplicar sus técnicas más avanzadas y enseñar sus conocimientos al respecto, así como el derecho de esos trabajadores a recibir la atención religiosa pertinente junto a los japoneses relacionados con ellos que así lo quisiesen.”
Fue así como llegó una comitiva  de estos personajes extraños a la Nueva España “Y la gente se arremolinaba para ver a aquellos que sólo “se ponen uno como chaleco-camisa, encima se atan, en el medio, en la cintura, allí colocan una cadena de obre, de suerte que de ella cuelgan su espada […] Poseedores de cabellera larga, que llega al cuello, así se dejan esos cabellos largos, los cortan largos, como los de las muchachas […] y no tienen bigote, sólo sus rostros como de mujer, blanqueados, así hermoseados. Sus rostros blanqueados. Así es el cuerpo de los hombres del Japón, no muy altos. Así se vieron todas sus personas”.
A pesar de la diplomacia, el tema religioso se tornaba difícil. El shogún escribió al virrey: “la doctrina seguida en vuestro país difiere enteramente de la nuestra: por eso estoy persuadido de que no nos conviene […] En cambio multipliquen sus viajes los bajeles de comercio, aumentando en ello las relaciones e intereses”.
Tiempo después, el padre Luis Sotelo, radicado en Japón “persuade a Date Masamune, uno de los daimyō más poderosos del momento, de enviar una comitiva solicitando al rey de España y al papa un tratado en el que el comercio y la religión católica –por medio de los franciscanos– fuesen altamente beneficiosos para su territorio en la región de Sendai, al noreste de Japón”.
Una nueva comitiva de japoneses y españoles viajó a la Nueva España. Fueron muy bien recibidos por el virrey; algunos japoneses, en un acto de diplomacia, se bautizaron en este viaje. Sin embargo, el virrey explicó que una decisión como esas únicamente podría venir desde España.
En junio de 1614 termina este primer acercamiento entre ambas culturas, dejando una buena impresión que se vería interrumpida por más de dos siglos después de que Japón decidiera un aislamiento ante el mundo. No obstante, la diplomacia estrechó lazos de amistad y aprendizaje entre ambos.

Relatos e Historias en México No.69. Mayo, 2014


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